Visitas hasta ahora

3: De pasos o zancadas. ¿Caminar o correr por la vida?

¡Vamos a por la tercera!
Aunque parezca mentira, he estado dándole vueltas a algo. Quiero decir, a algo especialmente... Vaya, que he concentrado parte del foco en algo en concreto... En fin, que ahí va.

En la entrada del viernes os hablaba de la vida como una serie de caminos que vamos tomando y donde nos cruzamos con otros caminantes. 
A medida que escribía, en mi mente se iban sucediendo miles de imágenes que representaban personas andando por ciudades, playas, bosques o montañas, pero cuando me imaginaba a mí... Estaba corriendo. No veía el por qué y eso, claro está, ¡requería de un espacio en mi cabeza y un tiempo de dedicación!

Como viene siendo habitual, lo primero que me pasó por la mente al decidir indagar en el asunto fue una retahíla de tópicos: aquello de si hay que vivir deprisa o despacio. 
Poco a poco me va costando menos controlar los impulsos de desvalijar los malditos tópicos... ¡Pasando!

Si hablamos en líneas conceptuales, no es lo mismo andar que correr. Varían muchas cosas, pero la diferencia más importante es el ritmo. Ambas opciones tienen ventajas e inconvenientes, de una forma u otra nos estaremos perdiendo algo mientras percibimos nuestro alrededor de la mejor manera que sepamos. 
Cuando andamos estamos escogiendo la pausa, el análisis, el paso a paso. Por partes. Podemos prestar atención a los detalles que nos rodean, discutirlos, valorar... 


Para mí, esto se ha llegado a convertir en mi zona de confort, de donde quiero salir. No me llena, quiero más. Necesito esencia. A día de hoy, prefiero correr. 

Correr significa empaparse del alma de todo aquello que nos rodea. Correr significa sentir, significa abrir los pulmones y respirar. Poner a funcionar mi cuerpo para retar aún más mi mente. Vamos, querida, ¡a ver si eres capaz de hacer lo tuyo y mantener a las piernas corriendo!
Sí, es necesario detenerse a menudo. Leer las situaciones, descansar, a veces captar hasta el más mínimo detalle... Pero eso es un proceso rápido para mí. Cuando lo haya captado todo volveré a sentir que hay miles de cosas a unos metros que me estoy perdiendo, así que correré de nuevo.

Cuando me pongo a pensar en cada uno de los ámbitos de mi vida, me doy cuenta de que no estoy conforme con la mayoría. Me explico: desde pequeñito me enseñaron a andar. Despacio, poco a poco, por partes, tratando de no salirme de la senda hasta tenerla controlada del todo. Me enseñaron a ver, y me inculcaron el hábito de hacer preguntas. Y gracias a eso (de nuevo gracias a mis padres) he adquirido la capacidad de pensar, de valorar y de razonar. Y cada día lo hago más (y creo que mejor). 
Pero ahora, al mirar atrás, me doy cuenta que si no estoy contento con mi relación con los estudios, por ejemplo, es porque sentía la obligación de dedicarle demasiado tiempo a algo que, por si sólo, no me llenaba. Lo mismo con la música. Con la escritura. Con el deporte. Para mí, correr es música, son letras y palabras, es sudor y energía. Es estudiar. Es disfrutar de todo, y todos, los que me rodean. Y saber que, cuando quiera, puedo detenerme y andar. 

Pero ¿sabéis? Lo que más quebraderos de cabeza me ha traído de todo ésto es que no hacemos ni una cosa ni la otra ¡creo que vivimos a trompicones! Saltamos, andamos, caemos, paramos, corremos y volvemos a andar. 

Con todo ésto no he llegado a ninguna conclusión definitiva, pero sí he introspeccionado mis propias sensaciones. No he podido desarrollar aún ninguna teoría o explicación que justifique una opción o la otra. Es más: probablemente la cuestión en sí no tenga sentido. Eso sí, sé que a mi me gusta mi vida cuando corro. 

¡No a los trompicones! Busquemos la estabilidad en los altibajos, las curvas y los baches. 



No hay comentarios: