Visitas hasta ahora

¡Pa' ti la perra gorda!

Cada día me apena más uno de los mayores defectos que, en mi opinión, puede tener el ser humano: no ser capaz de reconocer los propios errores. 

Encontramos ejemplos de ello a diario, prácticamente todos lo hacemos: pecamos de orgullo, de vanidad, de cabezonería, de prepotencia, de terquedad... Y no lo admitimos. 

Siempre creemos llevar la razón en cualquier ámbito (personalmente odio el concepto de "tener razón", es una absurdidad en sí mismo, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otro momento). A menudo, incluso opinamos sobre cosas de las que no tenemos ni la más pajolera idea. Pero aún así, tenemos que decir la nuestra. Porque si no, no nos sentimos realizados, no dormimos tranquilos. Tenemos que demostrar a los demás que sabemos de todo.
Y en aquellos temas que se supone que sí dominamos, todavía se agrava más. Nos creemos intocables en nuestro campo, sobre todo ante interlocutores teóricamente menos informados o con menos preparación. 

Si yo he oído tal cosa en la radio, la defenderé a muerte, sólo porque lo ha dicho alguien que dice saber al respecto. La radio siempre sabe lo que dice. La televisión, en cambio, ha degenerado a dos vertientes: creemos que todo lo que dice son patrañas, o que son expertos los que hablan y nos quedamos con lo que dicen al pie de la letra. Y si tienen un título universitario, a muerte con ellos.
 
Como he dicho, estoy triste. Obviamente, todos tenemos nuestros defectos, y todos tenemos también nuestro orgullo, de tamaño exagerado en algunos casos e ínfimo en otros. Pero este defecto, reitero que siempre en mi humilde opinión, conlleva otro handicap aún más grave: si no reconozco estar equivocado (y no diré que lo reconozcamos delante de los demás ya que podría ser degradante e incluso bajarme un par de escalones en la escala social, si no convencerme a mí mismo que, efectivamente, puedo estar equivocado), no aprendo.
 
Creo haber versado anteriormente sobre ésto. Debemos aprender. Escuchar, pensar, mejorar. Aprender siempre que podamos. Y sólo puedo aprender entendiendo que no lo sé todo. Si no sé algo, lo podré aprender. Simple, ¿no creen?
Pienso febrilmente que debemos escuchar a todo el que nos rodea, y aprender algo de cada cual. 
 
Por último, quería concretar un poco este asunto a situaciones más literales, más cotidianas. En las discusiones de pareja, por ejemplo. Muchas veces creamos enfrentamientos que pueden acabar mal por algo tan simple como reconocer que el otro también puede tener motivos para estar así. Que los nuestros no son siempre más graves. Cada cual tiene su punto de vista y su forma de asimilar los hechos, y lo que para mí quizás no pase de un comentario, o un gesto o una acción sin importancia, para la otra persona quizás fue mucho más. Debemos entenderlo. 


A mis apreciados así como escasos lectores les diré:
Que no sé bien de nada sobre lo que hablo en este, mi blog, pero me permito hablar sobre todo ello porque nada me lo prohíbe, y porque quizás escupiéndolo genero alguna respuesta y alguien me hace ver cuan equivocado estoy. Seguiré escuchando, deseando aprender.

Emoción

Todos hemos leído algun libro, o visto alguna película de aquellas en los que a los personajes les pasan cosas increíbles y emocionantes. Prefieran el romance, la acción o la intriga, en todo película, obra o novela hay alguna escena en la que se busca ese rinconcito en el interior del espectador, esa fibra, ese punto del alma que hace que aflore alguna emoción o sentimiento. 
Cuando los protagonistas finalmente se enamoran, cuando el villano es aclamado como héroe por sus actos o cuando el equipo gana la final del campeonato. En mayor o menor medida, empatizamos con esos personajes que nos presentan situaciones a veces reales, a veces pura imaginación. 

Pero seguro que todos hemos vivido alguna vez una situación como ésta en nuestra piel. 
Cuando, por muy luchador que sea uno, las cosas se ponen realmente difíciles y la solución se aleja cada vez más. Ese día, ese momento en el que te das cuenta de todo lo que has hecho para llegar hasta un callejón sin salida, y no tienes fuerzas para trepar esa pared. 

Y entonces llega alguien, un familiar, un amigo, un profesor, un compañero, un entrenador, a menudo una persona inesperada que te dice justo aquello que necesitas oír para poner la primera mano en la pared y creer que puedes escalarla. Te dice las palabras exactas que te recuerdan precisamente cómo has llegado hasta ahí, todo el trabajo que has hecho y que han hecho los demás junto a ti como para llegar al final del tramo demasiado cansado como para seguir. 
Aquellas palabras que te ponen la piel de gallina y te hacen aflorar una tempestad de sentimientos que se materializan en un temblor de nuestro cuerpo y de unas lágrimas que se asoman en nuestros ojos avergonzados, que a la vez recobran su brillo.

Como digo, casi siempre es alguien inesperado, una persona no relacionada con el objetivo ni con el problema, alguien que no está en el tejado lanzándote una cuerda para que escales el edificio y veas la luz. Porque no está delante de ti, guiándote. Los pasos los damos nosotros, a menudo en la dirección equivocada. Pero debemos ser responsables de nuestros actos. Por ello esa persona suele estar detrás, siguiéndote y guardándote la espalda, y cuando llegues a tu callejón sin salida, desesperes y des la vuelta para abandonar tu objetivo le encontrarás de frente. No te va a animar a ir hacia atrás, pero tampoco te obligará a ir hacia delante. Tan sólo te recordará quién eres y qué haces ahí, cuantas horas has dejado atrás para llegar justo ahí y cuanto esfuerzo te ha costado. Sólo te dirá que no sabes cuan alto es el muro hasta que pruebes de escalarlo, no sabes lo duro que es hasta que pongas la mano en la primera piedra. No te va a dar energía. Te hará recuperar la tuya.


"No mireis arriba. Lo más alto que debeis mirar ahora, a los ojos. A los ojos de vuestros compañeros. A los ojos de vuestros rivales. A los míos ahora que os hablo. El pasado sólo sirve para mejorar. No debemos mirar atrás. Lo que hemos hecho hasta estos segundos no lo podemos cambiar. Y nunca, jamás debemos lamentarnos por ello. Pero a veces sí que es bueno mirar atrás. Mirad al compañero de vuestra derecha. Buscad en sus ojos, y observad sus vivencias. Su vida fuera de este grupo, su vida con nosotros. Recordad cada instante que hayais vivido juntos, que hayas hablado, jugado, luchado uno junto al otro. Pensad en cada roce, en cada enfado y en cada grito que os hayais intercambiado. Y pese a todo, sigue aquí, a vuestro lado, y vosotros seguís también junto a él. Seguramente, sin él no seríais quienes sois. Sin ninguno de los que estamos aquí. Nos debemos mucho. Luchamos juntos por un mismo objetivo. Cada sonrisa que os habeis dedicado, cada lágrima que hayais derramado, cada gota de sudor que os haya caído, no dejeis que sea en vano. ¿No oís eso? No se oye nada, sólo ruido. Sólo voces. Algunos de los que están ahí fuera darían cualquier cosa por estar ahora en vuestro lugar. Otros prefieren verlo desde fuera para no sufrirlo. Vosotros sois los que estais aquí ahora. Y nadie más que vosotros puede salir adelante con esto. Ahora sí, mirad hacia arriba, que es adonde queremos llegar. Poneos vuestras metas, y luego poned todos vuestros recursos en alcanzarlas. Será entonces cuando podais decir que lo disteis todo, y sólo eso ya os hará vencedores."