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De reglas y trampas

Hace días que me ronda un pensamiento negativo: a mi alrededor no veo más que trapicheos, escaqueos, trampas. Por todos es sabido que las cosas no van bien, y aún así seguimos trampeando, más que nunca incluso.

Llevaré el hilo a mi terreno, sean los juegos y deportes. Todo aquello concebido con dos propósitos básicos: por un lado entretener y divertir; por otra parte, competir, demostrarse a uno mismo habilidades propias y superarse y/o competir contra las habilidades de los demás.
Dos objetivos que estimulan nuestras mentes y cuerpos, nos benefician sobremanera y que están pensados, como norma general, para ser realizados de forma voluntaria (es decir, que en la mayoría de los casos nadie nos obliga a jugar o a hacer deporte).

Y, para garantizar la igualdad de posibilidad para todos los participantes, existen unas normas. Unas pautas a seguir comunes para todos, de forma que todos los jugadores tengan que hacer lo mismo o casi, para que simplemente gane el que mejor haya jugado (sin descartar nunca el factor suerte).

Pues bien, aquí entran aquellos que hacen trampas. No seré imparcial al respecto, no soporto las trampas. La misma palabra va en contra de la definición de juego o deporte, y su uso anula por completo el objetivo del mismo. Es absurdo.

¿Trampas para ganar? ¿Acaso no estamos diciendo que se trata de competir en igualdad de condiciones? Desde el momento en que haces trampas, aunque ganes mediante ellas, pierdes tu oportunidad de demostrar que eres mejor en algo. Incluso pierdes el factor diversión, perjudicando también a los demás. ¡Lamentable!

¿Para qué juegas? Y tú, ¿Por qué compites? 

Desde el niño que hacía perrito guardián, el que se movía de su sitio jugando al escondite, el que se quedaba al lado de la portería para hacer gol, el que escondía alguna carta bajo la mesa... Es inherente al concepto de regla la posibilidad de romperla. Hecha la ley, hecha la trampa, dicen. 

Entiendo que, en algunos casos, puede ser divertido tratar de ser más astuto que los demás, y que hacer la triquiñuela sin que el resto se dé cuenta es estimulante. Si lo consigues y nadie se percata, bien por ti. Hay veces en que especular y engañar se convierte en el propio juego, a ver quién la cuela más gorda, o en que se modifican las normas de acuerdo con todos los jugadores.

Pero yo no hablo de esas trampas. Hablo de aquellas personas que, de niños, insistían en jugar para luego chutar el balón del compañero, mover las fichas de lugar... Provocando riñas y enfados. Aquellos que modificaban las normas a su antojo para que les beneficiasen de primeras. Esos que hoy en día siguen haciendo lo mismo, con el famoso 'dopping' entre los deportistas o, en otro ámbito, los sospechosos beneficios económicos de algunos que va siempre de la mano de la ruina de muchos otros.

Seré yo, que amo tanto el deporte de cualquier tipo que me duele hasta pensar en faltar a sus leyes; que amo tanto la sana competencia que admiro a aquellos que demuestran ser mejores que yo bajo las mismas posibilidades; que pierda o gane, estoy ya pensando en mi próximo reto. 

Jueguen, compitan, disfruten, y si para bien o para mal rompen las reglas, aténganse a las consecuencias.