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De complejos

Todos tenemos complejos. No nos vemos como querríamos, no nos gusta algo de lo que nos devuelve el espejo o no estamos cómodos con nuestra forma de pensar o de hacer. No hay nada malo en ello... ¿o sí? ¿Nos hemos parado a pensar en cómo actuamos verso a los demás debido a nuestro propio complejo? A menudo somos injustos con los que nos rodean. ¿Que no? Os pondré algunos ejemplos:

-Claudia es una chica bajita y con algún quilo más de los que marcan los absurdos cánones actuales. Aún así mantiene su atractivo con la seguridad que transmite en su forma de andar y de hablar o la forma en la que domina los espacios por donde pasa, de modo que todo el mundo nota cuando está alrededor. Es una chica inteligente y muy espabilada, de rápido aprendizaje, una persona pilla y sagaz aunque educada. Podría decirse que, en general, consigue aquello que se propone. 
Pero tiene sus complejos. Ella no los reconocerá jamás, puede que ni siquiera sepa que los tiene. La mayoría de gente a su alrededor tampoco se darán cuenta. Pero los tiene, y pueden verse en el trato con las personas: A su manera, siempre correcta y cariñosa, Claudia intentará quedar por encima de ti. Sin maldad alguna, es probable que busque algún aliado y lo mantenga cerca durante un tiempo para sentirse apoyada, para tener siempre un compinche por si hay que hacer alguna treta. Quizá no sea consciente de todo esto, sin duda no es su intención ofender a nadie. Pero algo dentro de ella la obliga a reafirmarse, a demostrarse a sí misma que está por encima, sin necesidad de que lo vean los demás. 
Sin darse cuenta quizá esté pisando a otros. Tal vez aquellos más cercanos, que comparten sus vidas con ella, no sepan a qué es debido. ¡Claudia es una chica muy segura!
O no...
("Pocas cosas hay más peligrosas que alguien que tenga un complejo y a la vez disfrute de una gran seguridad" Woody Allen)

- Marcos es un tipo alto y guapo, fibrado aunque no musculoso. Una persona un tanto reservada en el primer contacto, aunque de carácter bien definido y digno de toda confianza. Un chico estudioso y responsable, muy cercano a sus allegados, el hijo que toda mamá desearía tener, y sin duda el mejor amigo. 
Pero algo le pasa por la cabeza en determinadas situaciones, y Marcos empequeñece. Recoge su cuerpo, baja la mirada y encoge los hombros. Habla en voz más baja, casi en susurros, y desaparece. Poco a poco sale de la conversación o se hace a un lado allá donde esté. En su interior algo le hace sentir inferior al resto. Todo el mundo confía en él, menos Marcos. Y quizá esté fallando a la confianza de los demás, sin duda muchos tienen esperanzas en sus posibilidades, que le ayudarán a él y también a los que le rodean... por su temor a ser grande.

Hay una pequeña parte de nuestra mente arrinconada y encadenada, ansiosa por liberarse... Pero en vez de ir a visitar esa oscuridad para iluminarla y espantar nuestros temores infundados, nos empecinamos en ponerle guardias en la entrada para que nadie pueda acceder, ni tan siquiera nosotros mismos. Esos centinelas estarán siempre atentos, aunque la información recorra los extremos opuestos de nuestra mente ellos permanecerán en tensión. Mas nosotros, queridos amigos, no controlamos las fronteras de nuestros complejos. Las barreras que tratamos de poner son impredecibles, pudiendo actuar de forma violenta cuando alguien trata de acercarse a ellas: damos malas contestaciones, soltamos comentarios ofensivos o tiramos de sarcasmos para salir del paso, y según lo grande que sea nuestra recóndita cueva de los complejos, incluso actuamos de forma física. 
Pero hoy me he venido a referir a la otra posible reacción de nuestras barreras. No siempre los guardias atacan al visitante, sino que a veces escuchan lo que les dice y lo creen, y se vuelven en nuestra contra. Nuestras propias fronteras atacan nuestra mente. Nos hacemos daño a nosotros mismos... 

Y eso, amigos, es peligroso para uno mismo, pero como veis puede ser también muy dañino para los que nos rodean.