Visitas hasta ahora

¿De qué te disfrazaste?

Ésta sea probablemente la frase más repetida este inicio de semana post-carnaval. Como todos saben, en carnaval la gente se trajea de lo que más le venga en gana y con ello y muchas ganas de fiesta sale a la calle a desfilar y a bailar.

Servidor es de aquellos a los que no les gusta demasiado disfrazarse, por muchos y muy variados motivos. Motivos que son en verdad excusas, así que no trataré de argumentarme por esta vez.
También soy de los que opinan que disfrazarse no es más que una forma de sacar de uno mismo lo que por circunstancias no podemos (o no queremos) durante el día a día en nuestra vida, así que aprovechamos un día loco en que todo está bien visto y nos desmadramos.

De hecho, bajo mi punto de vista nos solemos disfrazar bien de lo que nos gustaría ser (de cómo nos gustaría que nos vieran los demás, vaya) o bien de lo que no querríamos ser por nada del mundo, pero nos queremos probar en la situación. Pero no voy a entrar a discutir eso tampoco, así que ya me van quedando pocas cosas para sacar nada en claro.

Querría comentar más bien el hecho en general, qué hace que nos disfracemos y si ello nos beneficia en algo o no.
En nuestra vida cotidiana, llena de estrés, de obligaciones, de preocupaciones y de tiempo apremiante, de no poder hacer nunca lo que nos gusta, etc. (lo cual también es digno de reflexión, pero ésa es otra historia y deberá ser contada en otro momento), cuando alguien se sale de la regla acostumbra a ser tildado de bicho raro: para algunos es un ídolo, ya que hace lo que los demás no se atreven; para otros es un loco que no tiene la cabeza sobre los hombros. Cualquiera de las dos posturas es mala, y nos lleva a pensar que algo va mal.

Así pues, las fiestas como éstas en las que nos encontramos inmersos son absolutamente necesarias para cambiar con la rutina y con los complejos, para sacar el lado de las personas que no mostramos habitualmente y, cómo decía antes, para ser lo que nos gustaría ser, al menos por unas horas.

Todo ésto me lleva a concluir que no me gusta esta sociedad reprimida y cohibida (qué fácil es quejarse sin proponer soluciones y sin mover un dedo ¿o no?) y que no debería ser esa la mentalidad que nos guíe en nuestra particular selva, pero que mientras siga así, no hay nada mejor que una buena juerga de disfraces para que durante unas horas el cervatillo pase por jirafa, el jilguero domine los cielos cual águila imperial y que, tan sólo por un día… la cebra sea el león.


Porquería espacial


Hace apenas unas horas se ha conocido la colisión de dos satélites de fabricación humana, uno ruso y otro (¿adivinan?) estadounidense, a una altura de 800 km sobre la superficie de la Tierra, dejando como resultado cientos de trozos de material orbitando alrededor de nuestro planeta.

El hecho en sí parece no tener mayor transcendencia, ya que al parecer esos pedazos no coincidirán en la trayectoria orbital de ningún satélite activo importante, y el riesgo de que alguno colisione con la Estación Espacial Internacional (EEI) es muy pequeño.

Pero si siguen leyendo, saltan detalles importantes que dan que pensar. Al parecer, el satélite ruso llevaba bastante tiempo inactivo y no tenía logística para maniobrar. Dicho de otra forma: un aparato viejo, inútil y olvidado donde no estorba no hace daño a nadie.
Y a modo de detalle final, como aquel que no quiere la cosa, se nos informa de que se tienen controlados alrededor de 20.000 objetos y escombros de satélites orbitando en torno a nuestro planeta.

Bien. En la imagen contigua a éstas líneas pueden ver cuán rodeados estamos de escombros espaciales, todos de fabricación humana. ¿No les parece escalofriante? ¿Son todos los satélites que la humanidad ha puesto en órbita necesarios? ¿No podríamos plantearnos enviar menos satélites, más funcionales? Cientos de preguntas saltan a la palestra ante esta situación.

No podemos obviar la utilidad de los satélites meteorológicos, los geoposicionadores por satélite (GPS), internet por satélite... Nos facilitan la vida, y nos dan información extra.

Porque necesitamos esa información. Si no sé donde estoy, necesito un GPS, dependo de él. Si estoy en mi casa, necesito Internet para hacer las compras, para buscar información o para pasar el rato. Y si no sé si mañana lloverá, a lo mejor cojo la ropa que no es y cojo un resfriado. Porque se nos ha olvidado que existen los mapas y que existen los libros. Eso está anticuado, y cansa.

Racionalicemos. Es útil tener tecnología que pueda detectar tormentas tropicales, huracanes y maremotos que puedan afectar a la población. Es útil tener tecnología que nos permita comunicarnos, para ayudarnos unos a otros, para aprender unos de otros.

Pero para ello, ¿es necesaria tanta mierda flotando a nuestro alrededor? Ahora, cuando llevamos siglos cargándonos el planeta por dentro, empezamos a tomar medidas. Tocaría empezar a plantearse que ahí fuera nos espían miles de trozos de metal que tarde o temprano nos harán daño, y es que no por lanzar al espacio un trozo más grande de chatarra que mi vecino voy a ser mejor que él.
Tocaría preocuparnos por saber cómo pensamos los humanos y por qué, cómo funcionamos, y no qué podemos conseguir gracias a ello, que eso ya está muy visto.

Pero esa es otra historia, y deberá ser contada en otro momento.




Link de la noticia: