Visitas hasta ahora

De juegos

Vengo a plantear un juego, una partida de cartas.

Reconoceré, de primeras, que soy un pésimo jugador. Pero este juego es inventado, así que las normas las pondremos tú y yo, lo cual me da, también de primeras, serias opciones de ganar. ¡Está bien para empezar!
Pongámonos pues a ello. A partir de aquí, iré contando cómo va el juego en primera persona, según acontezca.

Hay que escoger una baraja, un tipo de cartas, para jugar a una cosa u otra. Hay muchos tipos, así que la elección es importante. ¿Cómo decidir? Miro contra quién estoy jugando, y analizo: ¿qué quiero conseguir? Qué es lo que más le gusta a mi contrincante, lo que menos, si lo (o la) conozco, si no… Así pues, según mi contrincante y lo que esté buscando propondré una baraja u otra. Éste (hablando de ahora en adelante en masculino para simplificar) aceptará o no, y seguiremos así hasta hallarla; hay que prestar especial atención en este paso, que es fundamental, ya que no busco lo mismo de una persona u otra ni en diferentes momentos.

Bien, una vez tenemos el tipo de cartas, hay que escoger el juego. Como tenemos unos determinados naipes sólo podemos jugar a determinadas cosas, así que, de la misma forma que antes, vamos proponiendo uno u otro hasta estar de acuerdo.
Lo principal está hecho: ahora ambos sabemos qué queremos el uno y el otro y hay que pensar en la estrategia (siempre hay que tener un pequeño plan), es decir, en cómo voy a conseguir lo que quiero, aunque siempre dejando un buen hueco para la improvisación, que siempre acaba resultando más divertida.

Echo la primera carta mientras conversamos y observo cómo reacciona, sus facciones, sus gestos, sus palabras, qué tira él. Lo más difícil en cualquier juego es la interpretación del mismo, ya que mi contrincante puede estar tirando una mala carta por muchas razones: para ver cómo reacciono yo, porque realmente no tiene más, porque se reserva las mejores…


Mi objetivo es ganar. Quizás debí decirlo al principio, cuando os hablaba de qué quiero conseguir de la partida. Todos los juegos están pensados para que unos y otros se diviertan, pero siempre hay un ganador. Mi objetivo es ganar a mi rival, no el juego en sí, ya que tal vez perdiendo el juego consiga lo que quería de mi compañero de juego. Suena quizás cruel, suena egoísta o manipulador, pero en definitiva todos estamos jugando y todos queremos ganar.

Decido, mientras sigo conversando y valorando las posibilidades, que mi meta es perder la partida, por poner un caso. Pongamos que me he dado cuenta que me cuesta, que mi rival es muy bueno, pero que se está divirtiendo. Quizás prefiera jugar otra vez, ver qué pasa si pierdo, para echar luego otra partida y seguir divirtiéndonos ambos.

Seguimos echando cartas, jugando nuestras bazas, viendo cómo juega el otro. No arriesgo, y pierdo.
Él reacciona bien, precavido y cauto.
Podría haber sido de otra forma, podría haberse puesto a celebrarlo y/o a mofarse de mí. Sigo conociendo, gracias a esto, a mi rival, así como él (si es que está atento) a mí.
Sigo aprendiendo.

Creo que se va concretando lo que vengo a decir con toda esta intrincada metáfora. Cada relación en nuestro día a día, cada situación, cada paso que damos, estamos jugando una partida de cartas. Quizás os guste más el símil de una carrera de obstáculos, de un partido de vuestro deporte favorito… yo propongo los naipes por las consecuencias directas e indirectas que tiene cada “tirada”, cada carta depositada en la mesa.

A menudo jugamos partidas simultáneas con multitud de personas, que pueden o no estar relacionadas e incluso pasándose cartas entre sí; eso es una putada, con el perdón por la expresión, porque pierdes la ventaja. Pero tal vez te las pasen a ti…

Todos hemos jugado alguna vez a los naipes, así que todas las situaciones os las podéis imaginar. Hay gente que enseguida muestra sus cartas, los hay que las protegen como un niño su nueva consola, los que te muestran una para que te despistes, los que se despistan, los que se hacen los despistados… En fin. Qué os voy a contar.
Los hay que trampean de vez en cuando. Trampear a veces resulta inevitable. No me considero un tramposo, ya que entonces jugar no tendría sentido ni belleza, pero a menudo saltarse algunas normas (que ya que las establecemos nosotros, nos lo podemos permitir) da un nuevo aire a la historia.

Puede que tan sólo sean idioteces varias aliñadas con pitufadas infantiles, puede que no tenga sentido lo que estoy diciendo. Yo me quedo con que jugar es divertido, y si vences es aún mejor.

¿Alguien quiere?